En aquella sociedad patriarcal judía, la mujer era "oprimida entre los oprimidos": en todo era inferior al varón.
Las hijas no tenían los mismos derechos que sus
hermano
varones,
pero si
los mismos
deberes.
La joven pasaba del poder del padre, que la podía casar con quien él quisiera, al poder del esposo como objeto para su placer, como instrumento de fecundidad para la familia. El marido tenía el derecho de repudiar a su esposa. A ella sólo se le reconocía el deber de aguantarle todo. La mujer, soltera o esposa, se pasaba la vida siempre obedeciendo, siempre sirviendo.
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